martes, 3 de mayo de 2016

Evita los encasillamientos (II)

Es común que, cuando llegamos a una cierta edad, nos encontremos provistos de una serie de etiquetas que los otros nos han adjudicado o que nosotros mismos nos hemos endilgado. Esto comienza ya desde la cuna, cuando los papás, los tíos y los demás parientes del bebé se reúnen para observarlo y comentar las características del nuevo miembro de la familia. Ahí comienzan ya las clasificaciones: el bebé es tranquilo o, por el contrario, es nervioso; y otras distinciones que se pueden aplicar también a una inocente criatura que no puede valerse por sí misma.

Cuando el niño ya puede arrastrarse, y no digamos cuando puede caminar e ir a la escuela, más oportunidades da para que se le apliquen calificativos de todo tipo, como por ejemplo que es "aplicado" o "haragán". Estas caracterizaciones tienen en común con las etiquetas de papel que cuando a uno le pegan una de ellas es muy difícil desprenderla. Además, están las etiquetas que uno mismo se pega cuando a raíz de algún acontecimiento se dice a sí mismo, "Yo soy tal cosa."

Sin embargo, muchas veces las etiquetas que nos endilgamos son incorrectas y producto de uno o más trastornos psíquicos como pueden ser la rigidez, los prejuicios y el perfeccionismo. Lo que tienen en común estos trastornos es que te mantienen atado a un esquema del que no puedes apartarte. La rigidez, por ejemplo, es lo contrario de la espontaneidad: consiste en no hacer nada que no esté rigurosamente planeado de antemano.

La persona que sufre de rigidez puede planear exhaustivamente un viaje de vacaciones porque está previsto que las personas tengan un período de vacaciones en el año. Lleva a cabo el viaje siguiendo al pie de la letra lo que traía planeado pero, si en el transcurso del mismo surge la posibilidad de visitar alguna atracción turística que no estaba contemplada, no se lo puede hacer porque eso no estaba dentro del plan.

El perfeccionismo también conspira contra la realización de nuevas actividades cuando alguien o tú mismo has determinado que no eres bueno para hacer algo. En vez de pensar que lo importante de una actividad es el placer que tú extraigas de ella, te niegas siquiera a emprenderla porque, si no haces algo perfectamente, no vale la pena que lo hagas.

Los prejuicios son la forma de decretar la inexistencia de una gran parte de la humanidad. Ya sea que se basen en el color de la piel, en la nacionalidad, en la religión, en la opinión política, etc., sirven de pretexto para que uno no tenga nada que ver con la gente que no coincide con nosotros en algunos de esos aspectos.

Si, basándote en que determinada persona tiene distinto color de piel que el tuyo o diferente religión que la tuya, te niegas a conocer y a tratar con esa persona, lo que estás diciendo es que quieres seguir tratándote con la misma gente que siempre has conocido y te estás privando de conocer a alguien que tal vez pueda enriquecer tu vida con nuevos conocimientos y puntos de vista.

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